Nuestro sufrimiento, empleado como pasatiempo televisivo

Ayer acompañé a Susana a la entrevista de televisión sobre los músicos callejeros. Era en directo. El entrevistador había seleccionado a un grupo que estaba tocando en Sol, dos guitarras, tres cantantes, micrófono, amplificador y un inmenso altavoz. Mientras esperábamos, vimos como llegaba la policía municipal, les pidieron la licencia, que tenían, y los polis se dieron por satisfechos. Que la ordenanza no permita ni el micrófono, ni el amplificador, ni el altavoz, les importó tres pimientos. Se fueron.

Después de mucho sol y mucho esperar, empezó la entrevista, primero a los músicos. El cantante principal, un argentino llamado Nicolás, estaba empeñado en contar que no entendía por qué a un colega español no le habían dado licencia, pero la cosa no iba de colegueo, no del suyo, así que le cortaron y nos llamaron a nosotras. Ya nos habían avisado que apenas disponíamos de segundos para hablar, así que hicimos lo que pudimos a toda pastilla hablando de derechos, atentado contra la salud, estrés, ansiedad, madrileños de primera y de segunda, autoridades que llaman a la fiesta y la rebeldía, y mientras nosotras hablábamos l@s tertulianas – sin que nosotras pudiéramos rebatirlas porque no las oíamos – se despachaban diciendo que eran solo unas horas por la tarde y que vivir en el Centro tenía muchas ventajas en aras de las que teníamos que soportar los inconvenientes, como el ruido por unas horitas de nada. La entrevista acabó con Nicolás diciendo que nos quería, a nosotras y a todos, y que ellos tocaban para que Madrid superase el estado pánico en que se encontraba. Y ahí se acabó todo.

Lo único que sacamos fue frustración y cabreo. Sencillamente nos había llamado, no para escucharnos, sino para tener una cuña con la que darle al pico y sostener las tesis del Ayuntamiento: que el ayuntamiento se preocupa por todos y que los vecinos somos unos quejicas y, en definitiva, los malos de la película. Nos utilizaron, como hacen todos los medios en favor del poder que les sostiene.

La cuestión no es cuántas licencias concede el Ayuntamiento a los músicos, ni cuántas horas prevé la ordenanza que pueden tocar. Da igual lo que diga la norma si las autoridades no están dispuestas a cumplirla. Lo cierto es que el Ayuntamiento utiliza la ordenanza para dar una imagen de cumplimiento y respeto a los derechos de todos, y se la pone por bandera, pero la incumple de forma deliberada y sistemática.

Hace años un alcalde dijo, a colocarse y al loro, y todos nos cocimos como locos. Fueron años en los que cientos de jóvenes murieron por abuso de las drogas. Ahora el alcalde de Madrid y la presidenta de la Comunidad, llaman a los ciudadanos para que festejen sin límites, consuman en los bares sin importar las consecuencias, e infrinjan las normas como a cada cual le de la gana, que es lo que están haciendo ellos con las ordenanzas, la normativa estatal y europea. Y luego, indignados, tiemblan cuando unos adolescentes agreden a los municipales porque les quieren cortar la fiesta.

No encuentro las palabras para describir este Madrid post pandemia. Si durante el confinamiento, pese a todo, hubo momentos en que Madrid me pareció un lugar bello y solidario, ahora las palabras no me asisten, solo me vienen imágenes de otros tiempos: madrileños enloquecidos enarbolando banderas y guadañas, contra el francés, contra el vecino, contra el que no piensa como él… eso es lo que parece nuestro barrio, y aunque pueda parecer exagerado es lo que siento que están fomentando las autoridades: abajo la convivencia, abajo la norma, haz lo que quieras, gasta o gana, haz dinero, no importa a quien te lleves por delante.

Y a pesar de todo, no culpo a los madrileños. Durante el confinamiento no hablaba el poder, fuimos nosotros, los ciudadanos, los que nos movimos por nuestros propios impulsos, los que nos ayudamos unos a otros. Ahora el poder utiliza el agotamiento que sentimos, nos azuza y manipula. No nos consideran personas, solo instrumentos para su macabro juego.