Fábula de la acera y la terraza

Érase una vez una acera del centro de Madrid. Convivía con el chirrido de los tranvías, el trasiego de los peatones, el humo de algún coche pasando por la calzada y el bar que se encontraba a su vera.

Tras unos cuantos años, un buen día nuestra acera se encontró de repente con que un gran número de personas salían de ese bar, se agolpaban sobre ella y empezaban a estamparle y a pisotearle colillas sobre la cara. Indignada, preguntó al bar qué estaba pasando.

  • Es la nueva ley antitabaco. A mí me aclara los pulmones. Ahora, la nicotina, para ti.

Pasado un tiempo, a comienzos de un verano, el bar, por no se sabe qué azar de la fisiología, dio a luz una terraza. Sobre nuestra acera. Y ésta le preguntó:

  • Qué me echas encima ahora.
  • Parte de mí. Es la nueva ordenanza de terrazas. Mi dueño ha decidido que, a mis años, ya no soy capaz de cubrir sus expectativas de negocio. Te necesita también a ti.
  • Pero si yo no le pertenezco. Soy… de todos, de la gente.
  • Vete a ver al concejal. A ver si le convences.

Los primeros años, llegado el otoño, el bar perdía la terraza como los árboles pierden las hojas. Pero después pasó a ser perenne. Nuestra acera ya no podía hablar con el bar y su interlocutor pasó a ser la terraza. Era un diálogo difícil, porque las servilletas de papel arrojadas por los clientes se le metían a la acera en la boca, los palillos le pinchaban los ojos y el chirrido de las sillas y mesas al ser arrastradas (ya no había tranvías) le dejaban sin sentido los tímpanos. Aún así, preguntaba:

  • Querida terraza, ¿no puedes hacer que la gente hable más bajo, en vez de gritar?
  • Eso no depende de mí. Yo tampoco les aguanto. ¿Qué te parece si para olvidar las penas nos entretenemos con algo?
  • ¿Como qué?
  • Vamos a ver quién llega antes al centro de la calle.

En eso quedaron.

El primer movimiento lo realizó la terraza. Infló los pulmones al máximo. Se agrandó su pecho. Los peatones ya sólo podían pasar entre ella y la fachada del bar de puntillas, caminando de lado y conteniendo la respiración. A continuación exhaló toda su fuerza hacia la calzada. Mesas y sillas fueron arrojadas en dirección al centro de la calzada. Arrasaron árboles y parterres. Pero al llegar al borde de la acera no pudieron continuar. El intenso tráfico y especialmente el paso de los camiones de reparto para este y otros bares convertían cualquier avance adicional en misión imposible.

La acera se vio casi derrotada, pero vino la providencia en su ayuda. El ayuntamiento decidió que había que dar otro aire a la calle y tras meses de obras se pudo admirar la nueva disposición: cambio en los aparcamientos, nuevas farolas, menos carriles, y nuestra acera que había ganado un cuerpo entero de ventaja en la carrera hacia el centro de la calle. Durante un tiempo se mantuvo así la situación, con la acera victoriosa, alzando en señal de triunfo sus nuevos arbolitos. Alguien había prometido algo sobre mantener el espacio ganado para el peatón.

Pero la historia nunca está quieta y un día el ayuntamiento cambió de opinión y volvió a dar alas a la terraza. Esta avanzó, aunque no sin esfuerzo, pues era difícil encontrar clientes que montaran a sus lomos, idénticos a los de cientos de otras terrazas y sin ninguna personalidad. Mientras tanto, la acera no perdía la esperanza, confiada con lo que ocurrió la vez anterior: la terraza llegaría hasta el bordillo y no más.

Y hete aquí que ninguna historia acaba sin sorpresa. El ayuntamiento decidió peatonalizar la calle, así que la terraza pudo rebasar el bordillo y llegar victoriosa al centro de la calle ante el asombro de la obsoleta acera, que perdió su razón de ser y fue demolida para instalar un adoquinado decorativo.

Hoy el adoquinado yace desdentado y sucio. Ya nadie transita por esa calle. No hay ni bar ni terraza. Los vecinos se fueron y los clientes encontraron otros lugares, también desprovistos de toda personalidad, pero con el alcohol más barato.

Moraleja: Si uno no es capaz de ver más allá del hoy y del ahora, tras un largo esfuerzo puede descubrir que la meta no es el final de la carrera, sino el final de la historia.

 

Autora: Asociación de Vecinos Las Cavas- La Latina

Las aceras de nuestro barrio

Cuchilleros 10

«El pasado sábado se me hizo tarde, estaba cansada, la idea de coger el metro o esperar un autobus no me pareció la más halagüeña, así que cogí un taxi. Todo el trayecto fue bien hasta entrar en la calle Cuchilleros. La calzada estaba invadida por peatones que apenas se retiraban para dejar pasar al taxi. Pensé que habría algún evento, pero no, sencillamente la gente no tenía otro lugar por el que caminar más que la calzada de vehículos. Las aceras se habían convertido en un inmenso y continuo restaurante, tan repletas de mesas y sillas, que no quedaba espacio para los viandantes. Todo Cuchilleros convertido en un gran salón anárquico. Pensé en los vecinos, en todos esos balcones que miraban a la calle, casi pude ver el ruido como algo sólido ascendiendo hacia ellos. Más adelante, al final de la calle, había un coche de policía, desde el que dos policías miraban con aburrimiento el espectáculo. Me sentí desalentada, acababa de llegar a mi barrio.»

Ahora van a remodelar la Carrera de San Francisco. El fin alegado es ganar espacio para el peatón. Esperemos que sea así y que no sirva para extender las terrazas ni para llenarse de cachivaches varios con ruedas. Por cierto, nos vendrían bien unas jardineras como las que abundan en el Barrio de Salamanca.